mércores, 18 de decembro de 2024

De sílfides y mouras.

*Sí, es una imagen hecha con IA que rompe la cuarta pared, pero es lo mejor que he podido aportar.

Hace unos cuantos años en Madrid, me dirigía en una noche de verano a mi (por aquel entonces) casa con una sensación de una amplia tristeza (por motivos que no vienen a cuento). Mi intención era rehuir el contacto humano dado que ya había salido de noche un poco por compromiso, y tenía unas ganas tremendas de llegar a casa lo antes posible. Caminé hasta la línea indicada, me subí al vagón, y me senté lo más alejado posible de todo el mundo, con la mirada perdida, y me dispuse a esperar pacientemente a que llegase el tren a mi parada, consciente de que tarde o temprano el vagón se iba a llenar de gente, y bueno, qué decir, de gente pasada, que es lo que te encuentras en el Metro a última hora. 

Así, paulatinamente se fue llenando conforme llegábamos a cada nueva parada, y entre la gente que se subía en un momento indeterminado aparecieron dos sílfides (chicas muy guapas y jóvenes) que se quedaron de pie cerca de mí. La verdad es que no le di mucha importancia a aquello, cada uno se ubica en el vagón donde le apetece, y además viéndolas a ellas pensaba que cada uno iría a su bola y santas pascuas, y en principio así fue; en primera instancia hablaron entre ellas muy animadamente, indiferentes a mí (como era de esperar), pero sin comerlo ni beberlo veo que me empiezan a mirar y me empiezan a sugerir cosas, todo sea dicho con una naturalidad que pocas veces he visto.

En circunstancias normales estaría alucinando en colores, pero estaba tan sumamente deprimido que si bien era consciente de la situación en aquel momento reaccioné no con indiferencia, pero sí con una serenidad pasmosa. La más guapa dio una vuelta de tuerca más a la situación y me suelta, “vente con nosotras”, y acto seguido sin comerlo ni beberlo me da un pico, y según acaba me suelta otro su amiga. De forma serena les digo que no (y creo que incluso le di las gracias), pero la más guapa todavía no se da por vencida y me espeta, “última oportunidad” antes de bajarse en la estación de Argüelles, pero si bien empieza a surgir en mí la chispa de una pequeña duda a pesar de todo permanezco sentado. Finalmente se abren las puertas y se van sin mirar atrás mientras yo continúo mi trayecto hasta la siguiente parada.

A día de hoy todavía no sé por qué pasó aquello y a cuento de qué, y más teniendo en cuenta las pintas lamentables que tenía yo en aquel momento (y la diferencia de edad; yo les sacaba como doce o trece años mínimo). No sé si aquello fue una apuesta entre ellas para ver si se ligaban a un tío random y lo ponían en evidencia, si realmente querían algo, pero además de por lo jodido que estaba no me daba buena espina el asunto (igual me querían robar, yo qué sé). La broma es que seguro que quiero que me pase algo semejante otro día y no sucede ni de tripi, pero en fin, supongo que las cosas tienen que suceder en el momento propicio, y sin duda alguna aquel no lo era.

Me he acordado y he sacado a colación este asunto porque, un poco por azar, hace unas semanas me he puesto a leer varios libros que tengo desde hace años sobre leyendas gallegas que ni siquiera había abierto. De su contenido lo que más me ha interesado ha sido principalmente aquellos relatos sobre Mouras, que es como aquí se llama en Galicia y el Norte de Portugal a las “hadas” que se encuentran en el folklore de toda Europa, en el rural; y no, no penséis en las hadas horteras de tipo shakespeareano, diminutas y con alas (como Campanilla en Peter Pan). Se trata de seres feéricos, de antiguas divinidades probablemente, que durante siglos sus leyendas y cuentos se relataron en lugares significativos del paisaje rural, ligadas a yacimientos arqueológicos (castros, megalitos) pero también a peñas sagradas y las aguas, tanto ríos como pozos, lagos, manantiales... De esta forma, las Mouras (como sus paralelos en otras partes de Europa) suelen ser chicas postadolescentes de una belleza sin parangón, usualmente rubias pero también pelirrojas, de tez y ojos claros. Son seres inmortales y ambivalentes, dado que bien pueden otorgar fortuna si la persona que se las encuentra supera la prueba que le plantean, bien esta se queda igual de pobre y la Moura no vuelve a aparecer, bien pueden incluso asesinar al mortal… 

Los mouros y las mouras son, por así decirlo, la alteridad, son otra gente, aquellos que habitaban Galicia antes que nosotros los gallegos, siendo además de corte aristocrático y finos modales, pero a la par también poseen una fuerza sobrehumana con la que son capaces de crear el paisaje pero también matar con suma facilidad a los humanos si lo estiman oportuno. Como decía, leyendo algunas de estas leyendas aquel encuentro me recordó a algunos relatos de esta índole, puesto que las Mouras son mujeres de gran belleza que se acercan a mujeres y hombres para ponerlos a prueba y ofrecerles una recompensa, dado que poseen gran cantidad de oro. Con todo, a pesar de la recompensa hipotética, generalmente los humanos prefieren evadir su contacto, porque esos encuentros con estos seres suelen tener un final trágico, y más aquellos que implican relaciones amorosas, algo lógico si tenemos en cuenta que las mouras son inmortales y los hombres mortales.

Moura en gallego alude al término mora, es decir, la palabra con la que se denomina desde época romana a los habitantes de la parte occidental del norte de África (maurus en masculino, maura en femenino), aunque a día de hoy tiene connotaciones peyorativas. Dadas las características y el arquetipo de belleza que representan las mouras no parece que procedan del Norte de África, pero es posible que la elección de su nombre tuviese que ver con el hecho de que estos seres no son cristianos y en el pasado se pensase que poseían poderes sobrenaturales. 

De esta forma, es bastante probable que para los habitantes del noroeste peninsular en la Edad Media, dado que en el Norte de Portugal (durante mucho tiempo parte de Galicia) y Asturias también se alude a la figura de la moura, los musulmanes fuesen seres sobrenaturales y con poderes mágicos, puesto que el contacto que tenían con el Al-Alándalus era tangencial (no parece ser el noroeste un área de interés para sus gobernantes, bien porque no pudieron controlarla bien por desinterés), convirtiéndose con el paso del tiempo en seres mitológicos. Además, el hecho de que los musulmanes no sean cristianos propicia que esta característica concuerde con los paralelos de mouros y mouras en el folclore europeo, aunque en dichos paralelos es más fácil apreciar connotaciones precristianas a través de su nombre.

Si volvemos al corte aristocrático que se le presupone a las mouras, es relevante tener en cuenta que otros nombres por los cuales se les suele aludir son los de señoras, princesas, reinas, damas, donas, señoritas… Son por tanto formas de referirse a personas con poder y relevancia, y por tanto ellas deben ser tratadas en base con esa dignidad. A mi entender estos títulos aluden quizás a otros antiguos alusivos a diosas ancestrales, dado que por ejemplo, en los últimos siglos del Imperio Romano era frecuente encontrar el título de Domina (señora) para aludir a una divinidad femenina, un título que por ejemplo han heredado las diferentes vírgenes cristianas. 

En lo que respecta a las leyendas per se, me gustaría hablar de varias tipologías; un caso significativo es la de tipo moura-serpe (moura-serpiente), siendo quizás el caso más conocido el del Castro de Negros, en Redondela. Así, se cuenta que en este antiguo y abandonado Castro (un asentamiento de la época de la Edad del Hierro) vivía una moura de belleza sobrenatural que por las mañanas aparecia peinándose con un peine de oro sobre una peña que miraba hacia la Ría de Vigo. Dada su belleza inconmensurable todo aquel que la viese quedaba embelesado, aunque si ella intuía que estaban siendo observada desaparecía, probablemente hacia las profundidades, hacia el interior de las piedras, donde vivía en su palacio. Se cuenta que, a pesar de todo, si los jóvenes insistían durante varios días ella se daba a conocer, y ambos se enamoraban. 

No obstante, las mouras siempre exigen superar una serie de pruebas para evidenciar que el humano es digno de ella y del tesoro que poseía, siendo quizás este caso el que evidencia una prueba más extrema; así, el chico debía sentarse por la noche en la misma peña en la cual la moura se peinaba todos los días a la luz del sol, junto al precipicio en el que se ubicaba la citada peña, y esperar a que la moura se apareciese como una serpiente que llevase un clavel en la boca, clavel que debía serle arrebatado para así superar la prueba. Si bien los chicos embelesados le prometían a la moura que se enfrentarían a la prueba, muchos de ellos a la hora de la verdad huían despavoridos cuando ven a la moura transformada en serpiente, mientras que solo los más temerarios deciden resistir y permanecer sentados ante el avance del ofidio. 

Así, la gran serpiente avanza en dirección a él hasta que rodea con sus anillos el cuerpo del chico, al cual cada vez aprieta con más fuerza hasta que sus rostros están frente a frente, situación en la cual el chico siente el peligro de muerte; ante la falta de aire, el mortal lucha por zafarse de la serpiente en vez de intentar quitarle la flor, de manera que como resultado todos aquellos que se someten a la prueba acaban despeñándose por el precipicio. No obstante, y como si no hubiese pasado nada, la moura al día siguiente sigue su rutina, apareciendo por la mañana nuevamente en la roca que mira hacia la Ría de Vigo, esperando a que alguien por fin pase la prueba y sea digno de ella.

En algunas ocasiones se alude a Mouras que plantean pruebas más factibles, como por ejemplo un relato de uno de estos seres que habita en las aguas de un manantial en la zona de O Valadouro (en el norte de Lugo); se cuenta la historia de un chico muy humilde que al ver a una Moura peinándose cerca del citado manantial acudía con frecuencia a verla, hasta que un día ella se dio a conocer y le preguntó, “¿quieres casarte conmigo?”, a lo que el chico, sin poder mediar palabra, asintió con la cabeza. No obstante, ella le exige una serie de pruebas dado que él es pobre y ella no está dispuesta a casarse en tales circunstancias. Pasado el tiempo, cuando el muchacho consigue superar todas las pruebas se besan y se introducen en el agua para nunca más ser vistos… 

Otra tipología es la de las tres mouras del manantial. Este tipo de historias eran muy comunes en Galicia, Portugal, y Asturias, y al menos en el caso gallego se suele aludir a estas mouras muchas veces como “O encanto”, dado que están encantadas en el río, manantial, o pozo, en el que se hallan. En la versión gallega se habla de un segador que trabajaba de temporero en Castilla (algo muy común hasta el siglo XX) y que un día se encuentra súbitamente con un hombre rico. Dicho hombre le pregunta por su origen al gallego, y cuando le dice el pueblo del que procede el hombre le contesta a su vez que allí existe una fuente con tres mujeres encantadas, y que si consigue desencantarlas estas le darán parte de sus riquezas, para lo cual deberá invocar sus nombres mientras arroja tres panes que bajo ningún concepto debe comer siquiera un trozo. A la par, para que el ritual sea efectivo, no debe hablarle sobre la fuente o los panes a nadie.  

Así, llegado el día en el que el segador vuelve a su casa, antes de ir a la fuente se dirige a su domicilio a ver a su mujer y sus hijos, a los cuales hace mucho que no ve. Su mujer, con curiosidad, le pregunta qué es lo que lleva en el paquete en el cual están los panes, a lo cual el hombre se niega a darle explicaciones. En este sentido, este factor no hace más que potenciar la citada curiosidad femenina, de forma que aprovechando que su marido está dormido decide abrir el envoltorio de los panes. Al verlos, no puede remediar darle un mordisco a uno de ellos, mordiscos que en algunas versiones provocan que del pan emane sangre, un hecho que le produce pavor y hace que vuelva a envolver todo rápidamente. 

Sin ser consciente de esta circunstancia, al día siguiente el segador se dirige al pozo, fuente, o manantial, del que le hablaron en Castilla, para así confeccionar el ritual. Al invocar a las dos primeras mouras salen del agua dos hermosas mujeres en sendos caballos blancos, pero al invocar a la tercera se aprecia otra moura igualmente bella y hacia el fondo a un caballo de tres patas que no puede correr. La moura le dice al mortal, en ocasiones muy triste y en ocasiones enfadada, que no podrá abandonar el manantial y que permanecerá encantada por su negligencia, así como que tampoco podrá recompensarlo. No obstante, a pesar de todo, le entrega una faja para su mujer, para que se la ponga cuando vaya a estar de parto, y acto seguido desaparece.

El segador se extraña de este regalo, dadas las circunstancias, de modo que decide extender la faja sobre un árbol, implicando este hecho que arda ipso facto, deduciéndose que la moura había sabido que su mujer había comido parte del pan y que por tanto buscaba castigarla por impedir que fuese desencantada. Abundando en este tema, algunos estudiosos han llegado a plantear la interesante hipótesis de que el motivo del enfado se debía a que dado que las mouras suelen tener intenciones sexuales con los hombres, existe la posibilidad de que fuese realmente la condición de hombre casado la que impidió que fuese precisamente desencantada la última moura y que por tanto el ritual no pudiese llevarse a cabo de forma satisfactoria.

Por otra parte, otra tipología alude a encuentros en los que la moura proporciona riquezas y no tiene intenciones sexuales, entrando por tanto en la ecuación también chicas jóvenes, mujeres, y hombres adultos. Una muy usual atañe a chicas adolescentes que se encuentran con una moura y que esta le entrega una serie de monedas de oro en sus bolsillos, conminándole al mortal a que no mire la recompensa hasta que llegue a casa. Con todo, la curiosidad carcome a la chica que observa el oro antes de llegar, de forma que para su decepción, al llegar a su domicilio lo que antes eran monedas de oro ahora son trozos de carbón. 

En otras ocasiones estos relatos abordan relaciones de más largo recorrido, produciendo en el mortal la relación con la moura muchas riquezas. Esta relación se basa en un voto de silencio, como es habitual, es decir, nadie puede saber que el humano tiene contacto con la moura y que esta le proporciona riquezas. Un día, tristemente, algo se tuerce y la moura no vuelve a aparecer más, implicando este extremo la desaparición de la prosperidad para el mortal. 

Por otra parte, existe un tipo de cuentos que suelen aludir a una moura que también se aparece un día sobre un lugar significativo del paisaje rural peinando sus cabellos al sol, siendo vista por una joven con la que interactúa. Así, en base con el diálogo que establecen, generalmente la moura puede entregarle a la adolescente unas monedas de oro, pero sobre este asunto debe guardar silencio y no decirle nada a sus conocidos. Pasados los días la chica va trayendo monedas a casa, hasta que un día su madre tras insistir mucho consigue saber la procedencia. Al día siguiente, la chica va en busca de la moura pero ya no regresa más, produciendo ese hecho desazón en su madre que la busca sin parar, hasta que dentro de un roca escucha una canción en la cual la moura se regodea de haber comido a la niña. 

Existen, por el contrario, algunas historias con final feliz dentro de esta tipología; se cuenta en un relato procedente del área de Sanxenxo que un día una chica que iba cargando leña por el monte se encontró sobre una peña a una moura que peinaba sus cabellos. La chica se acercó, la moura le secó el sudor de la frente y después se la besó, introduciendo poco tiempo después a la adolescente dentro de la roca. Años después, un día apareció en su pueblo llena de alhajas, exactamente con la misma apariencia que tenía que cuando se fue, sin haber envejecido un año, un factor que se entiende si se tiene en cuenta que donde habitan los mouros el tiempo pasa mucho más despacio que en el mundo de los mortales. 

En fin, las mouras posiblemente sean una reminiscencia de una gran diosa pagana asociada a las aguas y a las piedras que otrora fueron sagradas, pero sobre todo a elementos relacionados con la fertilidad. La llegada del cristianismo hizo que se convirtiesen en seres legendarios que a pesar de los intentos de ser borrados del mapa siguieron habitando en el imaginario colectivo de una forma diferente a la que tuvieron en un inicio. Su recuerdo solamente está comenzando a desaparecer de la tradición oral hoy en día después de milenios de existencia, aunque por el contrario sus historias se recopilan y en otras ocasiones algunos vecindarios buscan mantener viva la tradición oral, un legado que sin duda conecta el presente con el pasado y que dice muchas cosas sobre un entorno. 

Las mouras representan un poco un miedo a lo desconocido, hacia el poder de la naturaleza, y en ocasiones sus relatos sirven también para ejemplificar moralejas, como por ejemplo, la desconfianza hacia los extraños, los peligros que acechan a los niños y adolescentes cuando se alejan demasiado de casa, un poco en cierta manera lo que sucede en el cuento de Caperucita Roja, relato que por cierto tiene mucha miga, muchísima. En otras ocasiones sus historias señalan que la codicia es un camino que siempre implica el castigo, o por el contrario que los actos desinteresados acarrean una recompensa. Son por tanto seres ambivalentes, que se portan bien o mal en base a si el humano respeta los códigos en los cuales se debe plantear la interacción entre el mundo inmortal y el mundo mortal.

Salvando las distancias, si volvemos a mi cutre historia en el metro de Madrid con aquellas dos sílfides, algo así sentí en esa ocasión; demasiado fácil y bonito para ser cierto. En fin, ahora ya está, y como dicen los viejos por aquí, “Deus nos libre dun xa foi”, es decir, “Dios nos libre de algo que ya ha sido”.