domingo, 22 de xaneiro de 2023

Tolkien y la eternidad: 1.


Últimamente, a propósito de la criticada serie (principalmente) por el facherío The Rings of Power, he vuelto a releer a Tolkien, y la verdad es que creo haber entendido mejor su obra si la interpreto desde la óptica de la eternidad, un asunto que en cierta medida siempre me ha interesado porque trata sobre el más allá, temática que a Tolkien como devoto católico no es nada extraño que le interesase trasladar a su obra de ficción, un extremo que parece confirmar el autor en sus cartas. Abundando en este tema, aunque me considero agnóstico es probable que al hacerme más viejo quizás cada vez me toque más pensar en estas cosas, dado que ya no es extraño que gente a la que quieres te deje para siempre porque su vida ha llegado a su término, y también en parte porque uno ya es consciente de que quizás el día menos pensado tendrá que trasladarse al otro barrio (aunque sea por una muerte absurda, de un macetazo en la cabeza se ha muerto más de uno, por ejemplo), como se dice coloquialmente. Con todo, siempre he sido algo transcendental, a mi manera, de manera que estos temas siempre me han interesado.

Sea como fuere, intentaré condensar el mundo de Tolkien en dos o tres posts más, de forma que no hará falta explicar absolutamente la mayor parte de las batallas si tenemos como hilo conductor la inmortalidad, o mejor dicho, el ansia de la inmortalidad como leitmotiv de los textos de este autor. Por otra parte, en el fondo estos posts no dejarán de ser una forma de explicarme a mí mismo el imaginarium de Tolkien desde esta perspectiva, que es precisamente para lo que sirven muchas veces los textos, para que el autor ponga sus propias ideas en claro.

Así, el universo creado por Tolkien va más allá de ser una serie de obras sobre un mundo de fantasía, realmente tiene un trasfondo humano muy potente, el cual ha transcendido generaciones y que no hay duda de que lo seguirá haciendo por otras muchas más que están por venir. De esta manera, un profesor de filología inglesa de la Universidad de Oxford que escribía cuentos para entretener a sus hijos acabó por componer una obra a lo largo de su vida que fue perfeccionando y puliendo en sus ratos libres y cuando la vida misma le dejaba un rato de libertad. La obra fue cobrando vida de tal forma que incluso llegó a mandarle a su hijo Christopher capítulos durante la II Guerra Mundial para que se entretuviera y para que así pudiese evadirse leyéndolos (en medio de tanto horror). Este hecho es interesante dado que su primera obra, El Hobbit, la publicó en 1937, pero no sería hasta 1954 cuando publicase la trilogía de El Señor de los Anillos, de manera que lo que le pasaba a su hijo Christopher durante la guerra no eran otra cosa que los borradores de lo que sería su obra cumbre. Con todo, si bien El Señor de los Anillos era una obra que continuaba la historia de El Hobbit, nunca llegó a publicar en vida las historias anteriores cronológicamente a ambos trabajos, relatos que serían editados en 1977 por Christopher cuatro años después de la muerte de su padre en base con sus escritos muchas veces inacabados. Dichos relatos serían compilados en lo que hoy conocemos como El Silmarillion.


En lo que respecta principalmente a El Señor de los Anillos, en la obra también hay parte de las experiencias vitales del propio Tolkien, principalmente las que experimentó durante la I Guerra Mundial, de forma que a consecuencia de ella abjuró de la industrialización (a la que echaba la culpa por fomentar un desarrollo armamentístico sin igual en la historia de la humanidad) y abogó por la vida tranquila y el respeto por la naturaleza, ambos elementos característicos de los hobbits en su legendarium, de forma que uno de sus miembros, Frodo, sería quien habría de salvar al mundo de la destrucción que la tiranía de Sauron hubiese propiciado. A propósito de Frodo, el compañerismo con Sam (que raya lo gay en las películas de Peter Jackson) lo justifica Tolkien por la lealtad que se adquiere durante una guerra, un compañerismo a prueba de bombas, nunca mejor dicho.


Pero si bien, como acabamos de señalar, cuando se analiza la obra de Tolkien esta confrontación entre bucolismo e industrialización (y la consecuente destrucción del medio) está presente, en algún momento también el autor habla de algo que es más profundo que esta dicotomía; la eternidad. Así, este concepto ayuda entender tanto la corrupción de los hombres e incluso la de los propios elfos, las razas de seres más importantes dentro de su obra. Este extremo puede llevarse a cabo dado que seres superiores en poder a ellos, tales como Morgoth (un valar) y posteriormente Sauron (un maiar), jugaron con esta ansia; en el caso de los hombres para así obtener la inmortalidad no solo del alma sino también del cuerpo, y en el caso de los elfos para evitar el deterioro del mundo y en consecuencia el suyo propio (dado que su cuerpo y alma eran inmortales en tanto y cuanto existiese el mundo, a diferencia de los hombres cuya alma era inmortal incluso si el mundo llegaba a su fin), conceptos ambos que se explicarán más adelante al relatar la segunda edad del sol a propósito del hundimiento de Númenor y la forja de los anillos de poder. 


Sea como fuere, la narración de esta obra se encuentra con un gran problema para algunos lectores, y es que parece algo densa en base con algunas descripciones que para ciertas personas resultan excesivamente detalladas. Estos relatos tienen en parte como inspiración las sagas nórdicas y anglosajonas, así como las leyendas célticas y los relatos mitológicos mediterráneos, lo cual hace que haya historias, principalmente en El Silmarillion, que se entrelazan entre sí para poder comprenderlas, pero quizás lo que hace que haya gente que se pierda (también principalmente en El Silmarillion) son los árboles genealógicos, que, ciertamente, en algunos casos si no los tienes claros te haces un lío importante, de forma que el lector se pierde entre tanto nombre y genealogía… Con todo, desde mi punto de vista, el trasfondo normalmente suele ser tan bonito que hace que valga la pena leer esos pocos pasajes que puedan parecer algo tediosos, de manera que si bien esta obra quizás para algunos paladares no tiene un ornato efectista en el uso de la palabra, muchos trabajos que sí disponen de estos elementos tienen un fondo más vacío y menos fascinante que el que nos ocupa.


Con respecto a la densidad de personajes hay una anécdota bastante curiosa y conocida; cualquiera que haya estado alguna vez en Oxford tiene conocimiento de un pub muy popular, el Eagle and Child, en el cual Tolkien durante treinta años cada martes por la mañana se reunía en la misma sala con sus amigos (todos ellos profesores universitarios), un lugar que el propio pub recuerda con una placa a día de hoy. Se hacían llamar The Inklings, y en estas reuniones se comentaban los libros que estaban leyendo o lo que estaban escribiendo, pero como estaban bebiendo cerveza muchas veces estaban de broma. Entre los integrantes de estas reuniones estaban el propio Tolkien y C.S. Lewis (autor de Las Crónicas de Narnia), de forma que en ella se llegaron a leer fragmentos tanto de la obra de Lewis como de la de Tolkien. Así, cuando decía que era una reunión desenfadada me refiero por ejemplo al hecho de que cuando Tolkien leía fragmentos de lo que escribía a Hugo Dyson al parecer no le interesaban en absoluto y se aburría, de manera que se hizo famosa la mofa recurrente que hacía de Tolkien cuando leía, “oh no, another fucking/bloody elf!”. No obstante, este tipo de bromas con el tiempo a Tolkien cada vez le gustaba menos y en consecuencia dejó paulatinamente de leer fragmentos de su obra a pesar de la insistencia de Lewis para que lo hiciera.


Así, volviendo concretamente a la obra del autor, los trabajos de Tolkien se divide (principalmente) en los siguientes libros, El Silmarillion, El Hobbit, y La Triología de El Señor de los Anillos. Paradójicamente, Tolkien escribió El Hobbit primero y posteriormente la trilogía, mientras El Silmarillion, como ya hemos avanzado, nunca lo llegó a completar, habiendo sido editado póstumamente por su hijo, Christopher, en base con las notas y textos que había dejado su padre. De esta manera, El Silmarillion contaría el origen del universo, la edad de las lámparas y los árboles, y la primera y segunda edad del sol e incluso parte de la tercera, mientras El Hobbit y El Señor de los Anillos el final de la tercera edad del sol.


En este sentido, el hecho de que Tolkien nunca terminase El Silmarillion se debió al perfeccionismo que tenía a la hora de darle coherencia a lo que escribía, dado que hay detalles en todas las obras que se relacionan y el autor siempre estuvo depurando estos elementos. De todas formas, estamos hablando de un autor no meticuloso, sino excesivamente perfeccionista; qué esperar de un hombre que ideó lenguas para los diferentes pueblos de la Tierra Media y Válinor antes de comenzar los relatos desarrollando incluso alfabetos y caligrafías diferenciadas (en el caso de los enanos adaptando las runas germánicas) para varias de ellas, o calendarios escrupulosamente confeccionados para algunas de las razas existentes cuando realizaba una narración, de la misma manera que una geografía detallada en la cual situar distancias adecuadas a la hora de desarrollar los diferentes acontecimientos.


No solo eso, la idea de Tolkien era decir que él no había escrito nada, que simplemente trasladaba unas crónicas antiquísimas que habían llegado a su poder y que él había traducido del inglés antiguo.  Este hecho se aprecia en la concepción primigenia de la mitología desarrollada por el autor (en El Libro de los Cuentos Perdidos, editado por su hijo Christopher) en sus primeros esbozos, aunque con posterioridad cuando Christopher publicó tras la muerte de su padre El Silmarillion no se dice una sola palabra sobre Eriol/Aelfewine, pero es altamente probable que si fuese el propio Tolkien quien lo hubiese publicado habría plasmado esta idea. Así, Tolkien al narrar sus relatos nos quiere decir que él no es otra cosa que un mero transmisor de una mitología, mitología que narraba el origen del mundo, de nuestro mundo, dado que la Tierra Media no era otra cosa que la Tierra, y de ahí parte del atractivo de su imaginarium. Abundando en este tema, el origen de lo narrado en El Silmarillion (que recordemos que narra desde el origen del mundo hasta el final de la segunda edad del sol) es en cierta manera paradigmático; estas historias de los primeros días del mundo se conocieron gracias a un marinero medieval, Eriol, un hombre inglés (anglosajón, concretamente) del siglo X que en base con la curiosidad por las leyendas antiguas y un impulso inexplicable tenía intención por descubrir una isla desconocida ubicada más allá de Irlanda.


Llegado un momento de su travesía su barco se elevó por los aires y él y sus tripulantes poco tiempo después se desmayaron. Cuando despertó se encontró solamente él (sin sus compañeros, por tanto) en la playa de una isla siendo rodeado por elfos, seres humanoides pero más bellos y esbeltos que los hombres. Allí aprendió parte de sus lenguas y la historia de los propios elfos, así como también quiénes eran los valar, los maiar, Morgoth y Sauron, y cómo el mundo había sido salvado del mal hacía muchos milenios precisamente en primera instancia de Morgoth y posteriormente de Sauron. Es importante tener en cuenta que Eriol tuvo un privilegio, dado que los hombres mortales no tenían permiso para pisar ni Tol Eressëa ni Válinor, las tierras imperecederas en las cuales habitaban no solamente los elfos, sino también los maiar y los valar, todos ellos seres inmortales, siendo los maiar una especie de ángeles y los valar dioses (por así decirlo) inferiores al Uno, el dios supremo; Ilúvatar.


La pregunta es ¿por qué Eriol pudo viajar hasta Tol Eressëa y Válinor excepcionalmente? Porque los valar querían que divulgasen entre los ingleses los relatos sobre la historia de Arda (el mundo) que había escuchado, dado que en el Fin de los Tiempos habría una batalla entre el bien y el mal nuevamente, de forma que fuesen conscientes de lo que habían prácticamente olvidado sus antepasados. Así, Eriol regresó años después a Inglaterra procedente de las Tierras Imperecederas, cuya belleza está más allá de las palabras, para dar testimonio de lo ocurrido. Además, es importante tener en cuenta que tanto el pasado como el futuro de Eriol era insigne, puesto que sus hijos serían considerados los fundadores míticos de Inglaterra y entre sus antepasados había antecedentes heroicos; así, el motivo por el cual Eriol pudo viajar hasta Válinor se debía a que él era descendiente lejano de Eärendil, el marinero medio hombre y medio elfo que se convertiría en la estrella vespertina, el planeta Venus, por llevar en su frente uno de los Sílmarills (joyas que captaban la luz que emanaba de los árboles sagrados de Válinor), y que milagrosamente consiguió llegar a Válinor para interceder por los hombres y los elfos en base con la destrucción que Morgoth estaba infringiendo a la Tierra Medía.


Por decirlo de alguna manera, Tolkien hace más atractivo su relato pretendiendo hacerlo deudor del de Eriol, siendo El Silmarillion el conjunto de textos que este navegante tradujo de las lenguas élficas al inglés antiguo y que Tolkien nos comenta que él a su vez tradujo del inglés antiguo al inglés moderno. Por su parte, la historia de la lucha contra Sauron se narra en parte en El Silmarillion, pero principalmente en El Hobbit y sobre todo en El Señor de los Anillos, siendo estas dos últimas obras las crónicas recogidas en el denominado como El Libro Rojo de la Frontera del Oeste, redactadas respectivamente por Bilbo y Frodo Bolsón, los héroes de ambas obras, y que Tolkien dice que fueron transcritas por generaciones hasta que estos textos llegaron a sus manos. En cierta manera, podríamos decir que El Silmarillion habla de la lucha contra Melkor mientras El Hobbit y El Señor de los Anillos contra Sauron, dos entes malignos con poderes sobrenaturales que se sucedieron en sus ansias por dominar a los hombres y a los elfos.

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