luns, 23 de abril de 2012

Los ladrones del tiempo, 1ª parte.

Buenas! No sé si habréis echado de menos las cuatro chorradas que suelto de cuando en cuando, pero en fin esto va por venadas, ya sabéis.

El otro día me quedé de piedra al observar que el FMI pide bajar las pensiones por "el riesgo de que la gente viva más de lo esperado". Esta salvajada asquerosa, me hizo recordar un capítulo de Momo, un libro que leí hace unos cuantos años, he de reconocer, simplemente porque uno de los bares que más me gustaban de Santiago estaba dedicado a este cuento de Michael Ende. Pues bien, me acordé en concreto del pasaje en el que aparecen por primera vez los ladrones del tiempo. Lo dividiré en dos post porque cercenar la historia creo que la estropearía:

Conocían a cualquiera que parecía apto para sus planes mucho antes de que éste se diera cuenta. No hacían más que esperar el momento adecuado para atraparle. Aunque hicieran todo lo posible para que ese momento llegara pronto.
Tomemos, por ejemplo, al señor Fusi, el babero. Es cierto que no se trataba de un peluquero famoso, pero era apreciado en su barrio. No era ni pobre ni rico. Su tienda, situada en el centro de la ciudad, era pequeña, y ocupaba a un aprendiz.
Un día, el señor Fusi estaba a la puerta de su establecimiento y esperaba a la clientela. El aprendiz libraba aquel día, y el señor Fusi estaba solo. Miraba cómo la lluvia caía sobre la calle, pues era un día gris, y también en el espíritu del señor Fusi hacía un día plomizo. 'Mi vida va pasando', pensaba entre el chasquido de las tijeras, el parloteo y la espuma de jabón. ¿Qué estoy haciendo de mi vida? El día que me muera será como si nunca hubiera existido.
A todo eso no hay que creer que el señor Fusi tuviera algo que oponera una charla. Todo lo contrario: le encantaba explicar a los clientes, con toda amplitud, sus opiniones, y oír lo que ellos pensaban de ellas. Tampoco le molestaba en absoluto el chasquido de las tijeras o la espuma de jabón. Su trabajo le gustaba mucho y sabía que lo hacía bien. Especialmente su habilidad en afeitar a contrapelo bajo la barbilla era difícil de superar. Pero hay momento en que uno se olvida de todo eso. Le pasa a todo el mundo...
En ese momento se acercó un coche lujoso, gris que se detuvo exactamente delante de la barbería del señor Fusi. Se apeó de él un señor gris, que entró en el establecimiento. Puso su cartera gris en la mesa, delante del espejo, colgó su bombín del perchero y, sentándose en el sillón, sacó del bolsillo un cuaderno de notas que comenzó a hojear, mientras fumaba su pequeño cigarro gris.
El señor Fusi cerró la puerta de la barbería porque le pareció que, de repente, hacía mucho frío allí.
-¿En qué puedo servirle?- preguntó trastornado-.¿Afeitar o cortar el pelo?- y en el mismo instante se maldijo por su falta de tacto, pues el señor cliente poseía una clava reluciente.
-Ni lo uno ni lo otro -dijo el hombre gris, sin sonreír, con una voz átona, que podríamos llamar gris ceniza-. Vengo de la caja de ahorros del tiempo. Soy el agente nº XYQ/384/b. Sabemos qu quiere abrir una cuenta de ahorros en nuestra entidad.
-Eso me resulta nuevo -contestó el señor Fusi más desconcertado todavía-. Si he de serle franco, no sabía siquiera que existiera una institución así.
-Pues bien, ahora lo sabe -respondió, tajante, el agente. Volvió algunas hojas de su cuaderno y prosiguió-. Usted es el señor Fusi, el barbero, ¿no es así?
-Pues bien, ése soy yo -contestó el señor Fusi.
-Entonces no me he equivocado de dirección -dijo el hombre gris mientras cerraba su cuaderno de notas-. es usted candidato de nuestra institución.
-¿Cómo, cómo?-preguntó el señor Fusi, sorprendido todavía.
-Verá usted, querido señor Fusi -dijo el agente- se gasta usted la vida entre el chasquido de las tijeras, el parloteo y la espuma de jabón. Cuando usted se muera, será como si nunca hubiera existido. Si tuviera tiempo para vivir de verdad sería otra cosa. Todo lo que necesita es tiempo. ¿Tengo razón?
-En eso, precisamente, estaba pensando-murmuró el señor Fusi, con un escalofrío, porque a pesar de haber cerrado la puerta, cada vez hacía más frío.
-¡Lo ve!- repuso el hombre gris, chupando con satisfacción su pequeño cigarro-. Pero ¿de dónde sacar el tiempo? Hay que ahorrarlo. Usted, señor Fusi, gasta el tiempo de un modo totalmente irresponsable. Se lo demostraré con una pequeña cuenta. Un minuto tiene sesenta segundos. Un una hora tiene sesenta minutos. ¿Me sigue?
-Claro- dijo el señor Fusi.
El agente nº XYQ/384/b comenzó a escribir las cifras, con un lápiz gris, en el espejo.
-Sesenta por sesenta son tres mil segundos. De modo que una hora tiene tres mil seiscientos segundos. Un día veinticuatro horas, es decir tres mil seiscientos por veinticuatro, lo que da ochenta y sseis mil cuatrocientos segundos por día. Un año tiene, como sabe todo el mundo, trescientos sesenta y cinco días. Lo que nos da treinta y un millones quinientos treinta y seis mil segundos por año. O trescientos quince millones trescientos sesenta mil en diez años. ¿En cuánto estima usted, señor Fusi, la duración de su vida?
-Bueno- tatamudeó el señor Fusi, trastornado-, espero llegar a los setenta u ochenta.
-Está bien- prosiguió el hombre gris-, por precaución contaremos con setenta años. Eso sería, pues, trescientos quince millones trescientos sesenta mil por siete. Lo que da dos mil doscientos siete millones quinientos veinte mil segundos.
Y escribió esa cifra con grandes números en el espejo: 2207520 segundos.
Después la subrayó varias veces y declaró:
-Ésta es, pues, señor Fusi, la fortuna de que dispone. El señor Fusi tragó saliva y se pasó la mano por la frente. La cifra le daba mareos. Nunca había pensado que fuera tan rico.
-Sí-dijo el agente, asintiendo con la cabeza, mientras volvía a aspirar su pequeño cigarro gris-, es una cifra impresionante, ¿verdad? Pero todavía hemos de continuar...

2 comentarios:

Pio dixo...

Me voy a apuntar el libro porque no lo conocía y me ha gustado lo que has puesto

NaoBerlin dixo...

Momo es un cuento muy chulo, y además se lee en dos patadas xD